viernes, 14 de enero de 2011

Escritura terminal

Si la escritura como necesidad es en sí misma una maldición, no hay nada peor que justificar su existencia, como quien se aferra a la locomotora del sentido, y prefiere recostar los durmientes y construir el entramado de las vías, sin atreverse a dar el salto a la plenitud de la experiencia: ahí donde el orden llegará tarde a husmear entre las ropas rotas y botellas vacías… Yo de todas formas permanezco abordo sin poder aventurarme en el lugar en el que quiero estar, aún cuando el tren ha dejado de andar y toda posibilidad ha perecido. Ahora el único paso que puedo pretender es el del aterrizaje en una estación gris y estática. Después, compro un café en una máquina despachadora y decido olvidar los motivos de mi desequilibrio y con ello, ignorar la angustia y cobijar la perturbación con la mezquina cobardía.
     En el abrigo, conservo -por si las moscas -un boleto de vuelta y entre los dedos lo asfixio con fuerza, esperanzado en mañana poder soltar la mano del barandal en algún lugar que se asemeje al que hoy dejé ir.

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